mercredi 5 mai 2021

 

Pensar con el Paro

He seguido  de cerca (con la cercanía que me permite el exilio de ser una sudamericana en Europa)   los acontecimientos de las marchas por el Paro nacional que comenzaron el 28 de abril y que continúan aun hoy cinco de mayo del 2021 en las calles de Colombia. He visto que la gente se manifiesta con dignidad y sobre todo con razones más que válidas en contra de un estado que lo único que ha hecho desde hace ya casi treinta años (hablo de la era Uribe, pero la línea de tiempo se puede extender hasta el principio de la historia escrita es castellano), es empobrecer la riqueza de mi pueblo con la excusa vil de la guerra, pues lejos de buscar soluciones para la violencia y la desigualdad estructural que ha vivido Latinoamérica desde hace siglos, se ha dedicado a criminalizar a todos y todas aquellos que luchan por sus derechos  hoy, en el que disque siglo veintiuno.  

La gente en Colombia marcha por tener derecho a la educación, al trabajo, a un sistema tributario menos infame, y sobre todo, por el derecho a no seguir siendo robada por los funcionarios y funcionarias públicos, quienes ganan 30 veces más que un trabajador ganando el salario mínimo, el salario ínfimo, el salario infame.  Muchos  de estos y estas servidores y servidoras del estado están además  vinculados con el gran mercado  multinacional e ilegal de la cocaína,  aquella invención de la ciencia europea del siglo XIX, tan defendida por Freud y otros intelectuales en su momento.  Porque sí, el narcotráfico, gracias al inmenso poder económico que ha desplegado desde los años 70 a nivel mundial, hoy puede ufanarse de haber logrado los sueños políticos del capo que hace soñar a los jóvenes pobres de los barrios pobres de Francia… ese mismo al que le dedicaron una serie en Netflix, y sobre el cual se abren bares temáticos, al estilo Disney, en estados Unidos y Paris.

Colombia es hija de la bonanza cocalera que ha llenado los bolsillos de hombres y mujeres de nacionalidades diversas, y que han logrado crear una economía paralela e incontrolable por los fiscos del mundo.  Pero aterricemos, este negocio al igual que todos los demás, depende del suelo de nuestro planeta, es decir, para que exista la cocaína es necesario que exista la planta de coca, y para que exista la planta de coca es necesario que exista la tierra, y para que exista la tierra para la cocaína es necesario que la gente en Colombia sea desplazada y despojada de su trabajo en el campo,  impidiendo así un mercado interno de seguridad alimentaria que aliviaría la economía colombiana.  Si a esto le sumamos la demanda desenfrenada de minerales e hidrocarburos que la humanidad no logra detener, pues así nos vamos acercando a la realidad de los campesinos, naciones originarias, y afro descendientes quienes pueblan los territorios rurales de uno de los países más biodiverso del planeta.

Colombia es reserva de agua del planeta, reserva de biodiversidad, cuenta con más de 60 lenguas diferentes  y los saberes ancestrales sobre el cuidado de los territorios están vivos y siguen transmitiéndose a pesar de todos los obstáculos del capitalismo avanzado que tanto sufrimos todos y todas hoy, y que tristemente sufrirán, si no lo detenemos, las generaciones de niños que están naciendo y creciendo en este momento.  Veo entonces… que la gente sale a las calles a protestar. En este punto de mi texto, debo detenerme y hacer una confesión: soy hija de un policía de Colombia quién dio su vida por su país y  ví, cuando tenía apenas ocho años, cómo caían las gotas de su sangre del ataúd cubierto con la bandera de esa tierra que tanto amó. ¿Qué puedo hacer entonces a esta altura de mi texto?… mi escritura se vuelve difícil. Voy a empezar poco a poco.

Esta mañana escuché al ex-presidente Uribe ufanándose en la CNN  de defender a las fuerzas armadas de Colombia, cosa que yo, como hija de un policía, normalmente le agradecería, pero lo que pasa es que  yo soy víctima de la guerra, soy huérfana de padre,  y veo que aquellos quienes  incitan al combate armado no envían y no enviarían nunca a sus seres queridos al campo de la batalla real, físico, o ¿Acaso Jerónimo y Tomas Uribe han pisado alguna vez una mina anti-persona que les ha destrozado una pierna? Puedo responder por ellos y por sus padres: No, eso nunca les pasará. Veo por ejemplo a las senadoras  María Fernanda Cabal y a Paloma Valencia enviando con sus lenguas a los soldados a la guerra, mientras ellas se refugian en sus casas, y mientras sus hijos hacen sus vidas por fuera de Colombia y en toda seguridad.  ¿Acaso María Fernanda Cabal enviaría a sus hijos al ejército para que entren como fuerza letal a matar? Puedo responder por ella: No, no lo haría, porque sabe que la guerra es degradante. Entonces, lo que veo como hija de un policía de Colombia y como víctima de la guerra, es que la instrumentalización de la vida en favor de discursos políticos e intereses económicos no tiene escrúpulo alguno, y que todos aquellos discursos de defensa de las fuerzas armadas son falsos, hipócritas y crueles.

Veo las marchas hoy, y veo a hombres y mujeres  vestidos de policías y soldados siendo víctimas de su propia culpabilidad, convirtiéndose en asesinos, en seres degradados, sin honor, sin valentía, sin lealtad a su pueblo, sin dignidad,  mientras los hijos de quienes dicen defenderlos se convierten en empresarios, diseñadores de interiores, economistas, o lo que sea que quieran ser.  Y veo por el otro lado, hombres y mujeres de civil, siendo víctimas de su propia culpabilidad, convirtiéndose en asesinos, mientras los hijos de quienes dicen defenderlos se convierten en empresarios, diseñadores de interiores, economistas, o lo que sea que quieran ser. Mi exilio no tendrá límites, mientras que en Colombia se le siga diciendo  a las naciones originarias “indios”, ni mientras a los soldados se les siga tratando de carne de cañón que solo enriquece a unos cuantos, ni mientras a los ciudadanos se les siga tratando de delincuentes por defender sus derechos.

¡Colombia libre ahora!

 

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